A veces me pregunto cuántas cosas nos perdemos de vivir por el miedo. Desde pequeños nos enseñan a sentirlo. Miedo al cuco, miedo a la oscuridad y hasta miedo al señor de la esquina. Recuerdo que de niña dormía con la cabeza cubierta, aunque hiciera calor, para negar el acceso a mi cuello a los vampiros. Hoy me río, pero qué mucho sufría.
Entonces concluyo que es totalmente comprensible que el miedo se convierta en parte de nuestras vidas y en el principal obstáculo para cumplir nuestros sueños y metas. Desde las cosas triviales como no atreverte a ponerte un bikini para que no juzguen tu cuerpo, hasta volver a estudiar o a enamorarte a una edad madura.
De acuerdo a la Real Academia Española el miedo se define como la angustia por un riesgo o daño real o imaginario. Apuesto a que la mayoría de los miedos son provocados por lo segundo: daños imaginarios.
La vida es muy corta para no hacer las cosas que queremos por miedos infundados.
Yo, por ejemplo, desde niña me inhibía de practicar deportes porque entendía que era “mala” para ellos. Mentira. Me daba pánico hacerlo mal o no llenar las expectativas de otros. Así que llevé ese miedo a la vida adulta y nunca me atrevía a hacer actividades como jugar tenis o paleta de playa, mucho menos realizar un deporte extremo. Hasta que llegó el día que vencí el miedo.
Hace cuatro años realizaba un viaje junto a mi pareja, con quien hacía poco iniciaba la relación. Era un viaje de su trabajo a Costa Rica, en el que sus jefes y compañeros estaban con sus respectivas parejas.
Cuando vi el itinerario, quise morirme. Había una actividad de zip lining y otra de rafting. OMG!!!!
Estaba resignada a la idea de quedarme esperando al grupo. De seguro habría alguna otra persona en mi misma situación. Hasta que llegué al primer lugar.
Mientras un joven daba las instrucciones sobre cómo hacer el zip lining mi espíritu trataba de negociar con mi mente. ¿A qué le temes? ¿A la muerte? ¿Acaso no es lo único seguro que tienes? ¿Qué si estás perdiéndote la experiencia de tu vida? ¿No sería maravilloso poder contarlo? ¿No será espectacular compartir esto con tu nueva pareja?
Y así, saqué valor de donde hasta entonces no había y fui la segunda en lanzarme. El trayecto pareció eterno y sentía cosquillas en mi estómago. Pero tomé la decisión correcta y abrí los ojos. Quedé sin aliento. Nunca había visto algo tan hermoso y ni hablar de la sensación de libertad. La segunda bajada fue más fácil y así cada una de las más de 10 que había que completar para poner los pies finalmente en tierra.
Nunca me había sentido igual, a excepción del siguiente día, cuando sin saber nadar mucho, me subí a la balsa e hice rafting en las embravecidas aguas del Río Pacuare. Fue la experiencia de mi vida y definitivamente algún día lo quiero volver a hacer.
Otra Idia llego de regreso de ese viaje. Una YO que entendíó que muchos de los miedos están solo en nuestra mente y que es ahí donde los debemos liberar.
Ya no quise tener miedo a los daños imaginarios, al que dirán, a no llenar las expectativas de otros, a diferir de los demás, a equivocarme, a fracasar.
Ahora nada me das más satisfacción que hacer lo que mi espíritu pida a gritos. Pero eso lo entendí, el día en que vencí el miedo.
